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La curiosidad debe tener su recompensa. Si quieres saber un poco más acerca de mí, allá vamos.

La vida es un camino de encrucijadas y los dilemas se nos presentan en todo tipo de momentos y situaciones. Pero es en los momentos cruciales en los que mostramos realmente quiénes somos. Se puede ver cómo evolucionamos en el transcurso de la vida a través de esos cruces de caminos.

Soy madrileño con raíces charras. Salamanca corre por mis venas, pero soy urbanita de la gran ciudad. Esa es la primera de las dualidades.
Hijo de periodista y de profesora. Las letras se respiraban en casa, y ese aliento me llegó muy adentro. Pero desde que tengo uso de razón mi ilusión era la robótica. Antes o después habría que elegir qué camino tomar. Ciencias o letras, te hacen elegir, como si fueran excluyentes. La segunda dualidad.
Tras convivir con los agustinos pasé a los jesuitas. Estudié ingeniería industrial en ICAI, iba directo a mi objetivo, pensaba que nada ya me detendría. Para entonces habían pasado tantas cosas y había desarrollado una mente racional propia de ingeniero que la fe de la infancia se licuaba en el pragmatismo seglar. Fe y razón. He ahí la tercera dualidad.
Mi ilusión por la robótica no iba por libre, estaba asentada en la tierra, y no en una cualquiera, sino en una tierra exótica y lejana, que se presentaba tras una lente magnificadora. Japón formaba parte de mi objetivo, y me lo tomé en serio, estudiando japonés mientras continuaba con mis estudios de ingeniería. La visión a futuro era una proyección internacional. Toda una aventura, de cuyos riesgos era consciente pero prefería esconderlos en un rincón oscuro, como si de ese modo bloqueara su temida materialización. En el fondo sabía que no era así, pero había que intentarlo. Cuarta dualidad.
Aun optando por la permanencia en España, los caminos seguían dividiéndose. Existían oportunidades de desarrollo profesional a la altura de todo el esfuerzo formativo realizado, retos formidables que estaba dispuesto a superar, como todos los anteriores, pero la incertidumbre soplaba como un vendaval, y aunque lo resistiera la primera y la segunda vez, tal vez no una tercera. Al mismo tiempo, y para reforzar la opción contraria, llegaban hasta mí de personas queridas y de confianza recomendaciones y consejos para una vida más estable y segura, y esa vida estaba al alcance, pues sólo tenía que hacer algo que ya había demostrado que se me daba bien: estudiar y aprender. La quinta dualidad.